miércoles, 11 de agosto de 2010

El águila canadiense

Un nuevo relato de la série "Relatos olímpicos", en este caso, el protagonista es un figura, un auténtico freak muy entrañable, no podéis perderos videos en youtube sobre el susodicho, os animo a verlo.

 
La primera vez que vi al yesero de Cheltenham, Eddie Edwards, el tipo agarraba un palo de billar con pericia de jugador británico de snooker. Sus grandes gafas de metal, con vidrios de culo de botella, anticuadas ya para esa época de finales de los 80, le servían como microscopio de alta precisión para embocar bolas ralladas o lisas según su necesidad. Varios compañeros de prensa compitieron a bola 8 contra él, perdieron unos cuantos dólares canadienses en la desigual disputa. Cada vez que ganaba mostraba su gran boca y sus dientes amarillentos con una sonrisa autosuficiente. Tenía el maxilar inferior extrañamente salido, como un alerón delantero que le sirve para reducir aerodinámicamente la fricción del aire cuando desciende a gran velocidad. Recuerdo como desde mi mesa apenas escucho a mis compañeros divagando sobre la exótica participación del equipo Jamaicano en bobs a 4 y me concentro en este delirante británico de pelo color boniato cortado con orinal, metiendo bolas en el agujero sin parar. Sin conocer nada del pájaro, me intriga su desafiante frase “Ya veréis mañana” mientras sujeta un vaso largo con whisky escocés y hielo.


De vuelta al hotel, intuyo su acento inglés conversando con su esposa mientras comen un delicioso pescado con patatas, típico plato de la singular tradición culinaria inglesa. Su mujer, de anchas caderas (para ser benévolo y educado como los gentleman de doble vida de su país natal), sentada en el sofá campestre mirando una comedia. En los anuncios publicitarios, girándose hacia él con su boca de labios gruesos, cara inundada de pecas y cabello ligeramente desajustado, recriminándole sus locuras voladoras. Él, como el soñador Wilt de Tom Sharpe, fantaseando con deslizar sus 82 kilos a través del aire para caer suave y grácil en la nieve.

La mañana siguiente, mis ojos enrojecidos no dan crédito al verlo en la presentación de saltadores de esquí, parapetado entre austriacos, finlandeses o alemanes. Allí esta, con su mono blanco y azul claro excesivamente ajustado, sin poder esconder la barriga tan trabajada en noches en pub. Su cabeza también ceñida al casco que le han prestado. Su sonrisa característica de lunático peligroso atrae la atención de los miles de espectadores abrigados. No soy capaz de imaginar a Eddie practicando en las tan conocidas praderas nevadas al norte de Londres.

Y llega el momento que todos esperábamos. Soy consciente enseguida que estoy en un momento crucial de los Juegos Olímpicos de Invierno, Canadá, invierno del 88. Veo en la pantalla el dorsal 24 y un rotulo: Eddie Edwards – GBR. En la gran pantalla, su mandíbula parece haberse ensanchado y se pasa la lengua por los labios visualizando el salto en su mente. Unos instantes después, acaba de calentar el cuello mientras reza un padre nuestro y entona el “God save the Queen” como si fuera la reina la que fuera a saltar al final del trampolín. Sin duda, en la rampa la velocidad no es asombrosa, es el saltador más pesado de la competición por 9 kilos. Sus esquís rosados hacen juego con las gafas protectoras que se ha colocado por encima de sus gafas habituales (a pesar del riesgo de empañarse las lentes con la alta temperatura son imprescindibles con su media docena de dioptrías). Se deslizan por la marca de los anteriores saltadores y cogen aire a una velocidad endiablada de 93,6 kms por hora. Tras aterrizar, en la zona de frenada casi pierde el equilibrio. Reacciona ante los aplausos de los espectadores y ondea los brazos con júbilo. El resultado es evidente, no hace falta ver el panel de resultados. Último en la competición, sin opciones de competir por medallas.

En Calgary 88 obtendrá unos valientes último y penúltimo puesto (por descalificación de otro saltador) en los trampolines de 70 y 90 metros. Para siempre bautizado: Eddie the Eagle.

En una entrevista reconoce su miedo a saltar: “por supuesto que estoy asustado, siempre hay la opción que el próximo sea mi último salto; una gran opción”.

En la ceremonia de clausura, el presidente del comité organizador esta cachondo cuando se despide: “En estos juegos, algunos competidores han ganado el oro, otros han roto récords y uno ha surcado el viento como un águila. 100.000 personas corean “Eddie, Eddie” entusiasmadas.

En 1990 el COI impulsa una ley popularmente conocida como “Eddie the Eagle rule”. Unos años después, llegará al número dos de las listas de Hit finlandesas con su canción “Mun nimeni on Eetu” a pesar de su excéntrico acento finlandés (idioma que no habla, por supuesto). Fallará en su intento de participar en los siguientes juegos de invierno. A día de hoy, sigue ostentando el récord británico en salto de esquí.

Vuelve a volar, Eddie!


Safe Creative #1008117026240


Aquí os dejo algunos de los enlaces para ver al personaje en cuestión...
http://www.youtube.com/watch?v=A7MmJIy0bjo
http://www.youtube.com/watch?v=8SE_-VNTyFo
http://www.youtube.com/watch?v=HUmOAnoVkV0

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